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La mejor sorpresa de Navidad

A medida que pasaban los días de la última semana de adviento, diversas cajitas decoradas con papel de regalo se acumulaban, junto al pesebre, mientras los amigos, los parientes y los propios miembros directos de la familia, llegaban, o sólo pasaban por la casa. La impaciencia de los más pequeños del hogar casi desbordaba el día 24 de diciembre al ponerse el sol. —¿Para quién será la cajita de color rojo? —¿Podemos abrir más temprano los obsequios este año? Y otras tantas preguntas, obtenían siempre una paciente y creativa respuesta de la madre o de la abuela de la familia.

 

Parece que esa imagen de antaño se hace cada vez más lejana en nuestros días. Todo se ha vuelto más inmediato, se privilegia lo instantáneo y el espacio para la sorpresa se torna más esquivo. Los obsequios dejan de agradar por su efecto sorpresivo, y en cambio, se exige que respondan a lo deseado. De lo contrario, la frustración invade por igual a quien lo da como a quien lo recibe. Pocos parecen estar hoy dispuestos a esperar, para ser asombrados con algo que supere sus expectativas.

 

Sin embargo, hay una carta en la Biblia que logra describir la genuina sorpresa que inunda el corazón, de quienes son beneficiados con el cumplimiento del tiempo de la promesa del nacimiento del Hijo de Dios. Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo afirma: «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos. Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba! ¡Padre!» Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero.» (Gálatas 4:4-7)

 

¡La prolongada espera terminó! Y se cumplió el plazo. La datación cronológica es irrelevante, en comparación con la magnitud del suceso. Podemos elegir una fecha convencional como el 25 de diciembre o decidir celebrar el suceso todos los días del año, y aún así, el evento sigue siendo deslumbrante, trascendente y capaz de inundar de gozo inefable a la creación entera.

 

El regalo más sublime, no es el último dispositivo tecnológico de moda. Ni siquiera el perfume más costoso, empaquetado en un decorado de joyas y piedras preciosas. No es algo, sino Alguien. El gran regalo es el Hijo de Dios en carne humana: «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer». Es el Mesías prometido por los profetas. Es el Cordero de Dios que toma nuestro lugar en la expiación. Nace bajo la perfecta Ley de Dios, que nosotros éramos incapaces de cumplir. Y sin pecar en ninguna forma, la cumplió en plenitud, por nosotros.

 

El regalo es un rescate definitivo, completo y permanente. Nos redimió porque todos, sin excepción estábamos perdidos y completamente marginados de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Nos rescató para adoptarnos. Nos rescató para convertirnos en hijos de Dios, al poner nuestra fe únicamente en Jesucristo (Gálatas 3:26). Una adopción completamente segura, obrada por Dios: «Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba! ¡Padre!»

 

El regalo finalmente nos transforma de forma gloriosa. Cambia nuestra condición. Ya no somos esclavos, sino hijos. Y mediante esta nueva condición de hijos, Dios nos hace herederos. No somos un heredero menor de edad, que aún debe esperar a ser adulto, sino uno plenamente habilitado para gozar de los derechos a la herencia, ahora mismo.

 

Nuestra raza, nuestro género, nuestra profesión o nuestra condición social no determinan nuestra relación con Dios. Ya no necesitamos “tutores” que sean nuestros intermediarios; Jesucristo es el Único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5) y nos da libre acceso al trono de la gracia (Hebreos 4:16). Ya no estamos bajo el poder esclavizante del pecado. Ya no estamos bajo la maldición de la ley.

 

La promesa dada a Abraham (Génesis 12:2-3), se cumplió en su simiente profética que es Jesucristo. Y ahora debemos compartir esta buena noticia con todo el mundo. (Marcos 16:15-18)

 

El regalo de Dios supera cualquier obsequio que en estas fiestas se puede dar o recibir. Si Jesucristo aún no es tu Señor, no pierdas la oportunidad más importante de tu vida. Arrepiéntete de tus pecados, experimenta la conversión de tu ser, para depositar tu fe única y exclusivamente en el Señor Jesucristo y alcanzarás solo por gracia, salvación y vida eterna.

 

Si diste este paso trascendental, seguramente hoy estas palabras tendrán un valor infinitamente superior para ti y para quienes te rodean: ¡Feliz Navidad!

 

 

Prof. Juan Vidal Sandoval
Pastor Gobernante Iglesia Metodista Pentecostal Lo Valledor Sur 

 

Artículos de edificación espiritual, elaborados por pastores de la Iglesia Metodista Pentecostal, profesores y estudiantes de nuestro Seminario, coordinados por los Departamentos de Formación Ministerial y Relaciones Públicas

 

 

 

 

 

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