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Aleluya a la Sangre del Cordero

«¡Aleluya a la Sangre del Cordero!».

Esta ha sido siempre la proclamación que los cristianos en nuestro país hemos llevado por más de un siglo. Hay una anécdota que cuenta el pastor Hoover, en el comiendo del avivamiento pentecostal de 1909. Dice él que unos reporteros vinieron a investigar las manifestaciones carismáticas de los evangélicos de Valparaíso. Como esta expresión salía de las bocas de los sencillos hermanos, estos reporteros comunicaron que el pastor les daba a beber sangre de cordero y esto los ponía en trance.


Cristo es presentado por Juan el Bautista en el Nuevo Testamento como «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Y esta corta frase encierra dos profundas verdades que llegan al corazón de la fe.


La primera verdad de esta expresión es que el ser humano es un pecador. La Biblia comienza dejando claro que Dios es bueno («Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera», Génesis 1:31), pero que el ser humano, dejándose tentar por «la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás» (Apocalipsis 20:2), comió del árbol prohibido y dejó entrar el pecado a morar en cada ser humano (Romanos 7:17), apartándonos de Dios, que es santo, y condenándonos a la perdición, «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23) y «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).


La segunda gran verdad de este texto es que hay un Cordero que quita el pecado del mundo. Dios no dejó sola a la humanidad. Les prometió un salvador, un descendiente de la mujer que aplastaría a la serpiente (Génesis 3:15). Cuando Dios salvó a los israelitas de los egipcios, les estableció la fiesta de la Pascua, en la que debían sacrificar un cordero, cuya sangre representaría el lugar de los primogénitos (Éxodo 12). Más adelante, cuando Dios estableció el sistema sacrificial levítico, explicó que la sangre «yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona» (Levítico 17:11). Ahora bien, en el hebreo bíblico, expiación es kafar (כָּפַר), que significa literalmente «cubrir». Levítico 17:20 explica que esta expiación trae el perdón del pecado. Y esto precisamente venía a anticipar la muerte sacrificial de Nuestro Señor Jesucristo, anunciada por Isaías:


Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, 
cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Isaías 53:6-7

 

El verdadero perdón de los pecados viene «no por sangre de machos cabríos ni de becerros» (Hebreos 9:12), sino «con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1:19).

 

Este es el fundamento mismo del Evangelio. Cristo mismo explicó que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Él mismo explicó que vino «para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28). Y fue él quien voluntariamente entregó su vida (Juan 10:17-18). Es interesante que en el relato de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, Mateo 27:50 y Juan 19:30 dicen que Cristo murió con una expresión extraña: Después de exclamar que ya todo estaba consumado, Jesús «entregó el espíritu». Él murió en el momento que Él lo determinó, voluntariamente, por amor a todos nosotros.

 

Los pentecostales siempre hemos celebrado el sacrificio de Cristo. Gracias a su sacrificio se ha quitado la maldición del pecado y siempre hemos proclamado que hay poder en su sangre. Es la muerte sacrificial de Jesús la que nos abre todas las bendiciones celestiales. Nunca nos cansemos de seguir anunciando al mundo que solo por su sangre Cristo salva, santifica, bautiza con el Espíritu Santo, sana y viene otra vez.

 

¡Aleluya a la Sangre del Cordero!

 

Hno. Israel Carrasco Morales
Director Académico SMP

 

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