Jubilate
“¡Aclamen con júbilo a Dios, habitantes de toda la tierra!
Continuando con el ciclo litúrgico, llegamos hoy al 4° domingo de Pascua, denominado “JUBILATE” (en latín), «Domingo de Júbilo», basado en el inicio del Salmo 66, el cual dice: «¡Aclamen con júbilo a Dios, habitantes de toda la tierra!»
Un ejemplo del júbilo con el que se adoró a Dios en la Biblia es David y el pueblo de Israel, al traer el Arca del Pacto a Jerusalén (2 Samuel 6; 1 Crónicas 15). Ya habían cometido un error al no tomar en cuenta los requisitos que Dios les había dado en la antigüedad para movilizar el Arca. Pero después de un tiempo lo volvieron a intentar, y esta vez, fijándose en cada detalle que indicaba la Ley.
El rey David se preocupó de todos los pormenores, tanto de la manera en que se debía trasladar el Arca, hasta la forma en que se debía dirigir la adoración a Dios. No era cualquier alabanza, sino una demostración máxima de alegría, la alegría de tener con ellos el símbolo central de la presencia de Dios en su ciudad.
Es de notar, que todo el pueblo de Israel estaba involucrado en esta alegría, y así lo expresa el escritor bíblico en 1er libro de Crónicas 15:28: «De esta manera llevaba todo Israel el arca del pacto de Yahvéh, con júbilo y sonido de bocinas y trompetas y címbalos, y al son de salterios y arpas.» Hasta el mismísimo rey saltaba y danzaba de júbilo. ¡Qué maravilloso sentir tal gozo! El de tener cerca la presencia misma de Dios. Esto no puede dejar indiferente a nadie que lo reconozca y lo entienda de esta manera.
A David no le importó que lo vieran con menosprecio por su forma de adorar a Dios, aunque eso significara que tal vez se estuviera comportando indignamente ante los ojos de los hombres, siendo rey. Lo que a él le importó era darle una adoración total y sincera, ¡con júbilo al Dios Todopoderoso!
Este pasaje nos hace meditar mucho. Sin ir más lejos, hace pocos días conmemorábamos la muerte de Jesús por la humanidad, su gran sacrificio por amor a nosotros. Y no solo eso, sino que también celebrábamos su resurrección, reconociendo en esto su poder infinito. Pero, ¿lo hicimos con el fervor que tuvo David y el pueblo de Israel en el relato anterior? ¿Estamos verdaderamente aclamando a Dios con la alegría que amerita esta obra poderosa de su muerte y de resurrección por nuestras vidas?
Recordemos una vez más lo que nos dice el salmista: «Aclamen con júbilo a Dios, habitantes de toda la tierra; canten la gloria de su nombre; hagan gloriosa su alabanza. Digan a Dios: ¡Cuán portentosas son tus obras!» (Salmo 66:1-3).
Esta es una sentencia grandiosa, que nos invita a dar expresión evidente de júbilo y de alegría al gran Dios. Y no solo algunos, sino que todos los habitantes de la tierra estamos llamados a esto, ya que todos somos testigos de sus obras admirables.
Estimado hermano o estimada hermana que lee, comencemos a vivir con alegría, entreguémosle a Dios la adoración que se merece, a demostrar nuestra expresión sincera de júbilo al reconocer sus misericordias. ¡Aleluya, amén y amén!
Hno. Aarón Burgos Escalona
Iglesia Metodista Pentecostal de Lebu
Estudiante del Seminario Metodista Pentecostal |